Solidaridad es adhesión circunstancial a una causa o empresa de otros (RAE).
En estos tiempos, y siempre, la solidaridad es invocada y hasta reclamada.
Pero hay el consenso de que casi cada quien tiene derecho a SU causa o empresa, sin importar que sea buena, siquiera justa o, aunque sea, razonable. En estas condiciones se hace absurdo pedir solidaridad. Y se hace hasta peligroso ofrecerla.
¿Tal vez sea esta situación la que explique el individualismo que nos caracteriza cada día más? Ya casi nadie quiere saber nada de otro, nadie quiere ser perturbado o incomodado por otros.
Y está resultando comprensible. Porque si el otro quiere apoyo para su absurdo o su malicia, ¿por qué dárselo?. Incluso está bien negárselo.
Pero el tema se complica porque ya generalizamos que siempre se nos pide solidarizarnos con algo que no está bien.
Y vamos perdiendo hasta la capacidad de analizar si lo que nos plantean es o no digno de ser escuchado.
Y se agrava el asunto porque si quieres analizar el pedido y haces una pregunta resultas impertinente; si haces una observación eres sembrador de discordia; si corriges eres una persona mala o retrógrada.
Visto así, a la solidaridad solo le quedan muy pocas opciones, solo para casos claros o graves. Con el riesgo de que encerrados en nosotros mismos, por gusto o por necesidad, ya ni lo claro o grave nos produzca un solo latido extra.
Una sociedad cuyos miembros pierden el buen criterio y exigen apoyo para sus despropósitos es una sociedad condenada a la auto destrucción.
¿Negativismo u objetividad?
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