viernes, 16 de octubre de 2015

NO JUZGAR . Leer o escuchar.




Yo no te juzgo.
Dios es el único que puede determinar sobre ti. Sólo Él tiene la última palabra sobre tu conducta, sobre tus ideas, sobre tus sentimientos.

Yo soy un ser humano más. No conozco tu corazón, no conozco tu historia, no conozco tu vida futura. Yo no conozco los caminos que la gracia pueda recorrer en ti en lo que te quede de vida.

Por todo eso, no juzgo, no puedo juzgar.
Pero que no te juzgue no quiere decir que no razone.
Sí pienso, sí opino, sí actúo en concordancia con lo que pienso.

¿Por qué lo hago? Porque pensar está inscrito en la naturaleza humana. Porque tengo un mandato divino de ver y formar opinión. El Señor dijo "por sus frutos les conoceréis" (Mt.7, 20).  Eso implica observar y formarse un concepto.
Y tengo, también, mandato divino de actuar prudentemente, de cuidarme, sin faltar a la caridad.  El Señor dijo "sed astutos como serpientes y mansos como palomas" (Mt.10,16),  porque "miren que andan como corderos entre lobos" (Lc.10,3).

Yo no juzgo, pero tengo derecho y deber de opinión y de acción.
No confundamos no juzgar con no saber ni opinar.
Creo, sinceramente, que ese buenismo es malísimo, es indiferencia, y es especialmente malo para el que cree que se beneficiará con él.

2 comentarios:

Jairo del Agua dijo...

¡Totalmente de acuerdo! Breve y lúcido el comentario.

Martha Sialer Chaparro dijo...

Gracias Jairo.